Lo llamaban Ganastengo

Ganastengo era un muchacho
que mucho se proponía
y sin querer se olvidaba
de las ganas que tenía.

Aunque su accionar no era
dinámico ni preciso,
de veras que le atraía
vivir en el Paraíso.

Esperaba con anhelo los
días de las reuniones…
si no estaba muy cansado
o le dolían los riñones.

Preparaba el portafolio
para ir de puerta en puerta
y algo tenía que pasar;
Satanás siempre está alerta.

Si un amigo de la infancia
llega para conversar,
el se queda con las ganas
de salir a predicar.

El hermano Servicial
con deferencia lo invita
a emplear un par de horas
en rutas y revisitas.

Tiene que buscar excusas,
(¡qué bochorno, qué mal rato!)
porque se juega el partido
que define el campeonato.

Después de almorzar el sábado
va a subrayar la revista,
pero la siesta se impone;
¡no hay titán que la resista!

Para completar las cosas
viene el “súper” de circuito
con unas diapositivas
que prueban lo que está escrito

¡Y las da el sábado veinte,
(la suerte es siempre ladina)
cuando se casa Pirulo,
compañero de oficina!

Unos parientes mundanos
sus vacaciones planean.
¡Qué injusticia! Estará lejos
al tiempo de la asamblea.

Los viejitos, los enfermos,
¡qué ganas de visitarlos!
Dios sabe que el tiempo es corto;
de nuevo hay que postergarlo.

Es doloroso sentir
la vida tan complicada,
y tanto desear hacer
y nunca completar nada.

Llegó el día impostergable
cuando el fin de veras vino,
¿Lo vieron a Ganastengo
o se quedó en el camino?

Álef Guímel

(Del libro “Reflexiones de un Guijarro”)