En ocasiones, algunos medios de comunicación ofrecen testimonios de personas que fueron testigos de Jehová, como un medio de conocer más a fondo nuestra religión. De forma casi invariable, estos testimonios son muy negativos, pero, ¿hasta qué punto son representativos e imparciales?
¿Quiénes son los apóstatas?
Los testigos de Jehová suelen denominar a estas personas que les atacan en los medios de comunicación “apóstatas”. Algunas de estas personas reniegan de esa palabra alegando que no les describe correctamente, sino que tan solo es un término despectivo. Por eso, cabe preguntarse: ¿quiénes son los apóstatas?
El sociólogo Lonnie D. Kliever, catedrático de la Southern Methodist University, explica: “La palabra «apostasía» es una trasliteración del griego apostasia, que originalmente denotaba insurrección o secesión. Su uso religioso denota el abandono deliberado de la religión de uno”. En la misma línea, el catedrático de sociología de Oxford, Bryan Ronald Wilson, escribió: “Apostasía puede considerarse sencillamente cuando un antiguo creyente renuncia a sus votos y a su anterior filiación religiosa.” De modo que cualquier persona que abandona voluntariamente su religión, puede ser correctamente considerada un apóstata desde el punto de vista de esa religión.
Sin embargo, los testigos de Jehová suelen ser incluso más restrictivos a la hora de calificar a alguien de apóstata, pues no consideran como tal a cualquiera que abandone su religión, sino solo a aquellos que tras abandonarla la atacan públicamente. De hecho, algunos diccionarios incluyen también en su definición el factor de publicidad; por ejemplo, el Diccionario Manual de la lengua española Larousse lo define: «Abandono público de una religión o doctrina». También el propio profesor Kliever, antes citado, añadió al definir la apostasía: “Debe comprenderse como un fenómeno público más que privado. La apostasía no es una cuestión de dudas religiosas privadas o del abandono de las prácticas religiosas. La apostasía es una renuncia y condena públicas de las anteriores creencias y prácticas religiosas de uno.”
Cada año, hay cientos de personas en varios países que dejan de ser testigos de Jehová. Algunos son expulsados, otros deciden desasociarse voluntariamente, y otros van abandonando las actividades de los Testigos de forma gradual según van perdiendo interés. Muchos de estos ex-testigos de Jehová mantienen una opinión neutra o incluso favorable de su anterior religión; de hecho, muchos de los que son expulsados dan pasos para ser readmitidos al cabo de un tiempo. Y entre quienes tienen una opinión negativa (ya sea por diferencias personales con otros Testigos o por disentir en asuntos de doctrina u organización), solo algunos tienen esa actitud de despecho que les lleva a tratar de dar publicidad a sus críticas, convirtiéndose así en lo que los testigos de Jehová denominan correctamente un apóstata.
¿Son fiables sus testimonios?
En décadas recientes han aparecido nuevas confesiones religiosas que exigen un alto grado de lealtad de sus miembros, y otras no tan recientes como los testigos de Jehová han experimentado un gran auge, lo que ha suscitado la curiosidad de la sociedad. Especialmente los casos de apostasía han atraído notablemente a los medios de comunicación, que ven la historia relatada por el apóstata como un buen reportaje, especialmente si este se ofrece a “revelar» aspectos o hasta secretos del movimiento al que pertenecía. En consecuencia, los apóstatas reciben una atención de los medios injustificada, —como veremos—, pese a que sus relatos suelen ser la información más ampliamente disponible para el gran público sobre las religiones minoritarias. Precisamente por eso, el apóstata se convierte en una figura central en la formación —o deformación, según el profesor Wilson— de la opinión pública sobre estos movimientos. Según el prof. Kliever (en su libro The Reliability of Apostate Testimony About New Religious Movements [La fiabilidad del testimonio de los apóstatas sobre los nuevos movimientos religiosos], 1995): “el apóstata no debe aceptarse sin crítica por los medios de comunicación, la comunidad de investigadores, el sistema legal ni las agencias gubernamentales como fuente confiable de información sobre nuevos movimientos religiosos; se le debe considerar siempre como un individuo predispuesto a exponer una visión parcial, tendenciosa”. ¿Por qué?
Muchas de las confesiones religiosas minoritarias, como los testigos de Jehová, requieren una estricta adherencia de sus miembros a sus normas morales y doctrinales, que difieren de las de las religiones tradicionales y de la moralidad general de la sociedad. Esto supone cierta tensión con el entorno que puede producir en algunos un deseo de aceptación social. No sorprende, por tanto, que algunos miembros terminen decidiendo que cierto movimiento religioso no es para ellos y lo dejen, o bien que no sientan la suficiente motivación para mantener las normas del grupo y sean por ello expulsados. Como antes dijimos, la mayoría consideran su experiencia de forma positiva como un paso más de su viaje espiritual, pero entre los que abandonan o son expulsados, hay algunos que adoptan una postura de resentimiento y se convierten en detractores que atacan públicamente a su religión anterior a través de la prensa y de los tribunales.
El profesor Kliever compara la dinámica de separación del apóstata de un grupo religioso al que antes amaba con un divorcio lleno de amargura. Tanto el matrimonio como la religión requieren un alto grado de compromiso e implicación; cuanto mayor sea la implicación, más traumática la ruptura; cuanto más haya durado el compromiso, más urgente es la necesidad de culpar al otro del fracaso de la relación. Los que han sido miembros de nuevos movimientos religiosos durante mucho tiempo y han estado muy implicados pero que más tarde se sienten desencantados con su religión, suelen echar toda la culpa a sus anteriores correligionarios o a la organización religiosa en general. Como explica el investigador de asuntos religiosos Gordon Melton (en su libro Brainwashing and the Cults: The Rise and Fall of a Theory [El lavado de cerebro y las sectas: el ascenso y caída de la teoría], 1999), magnifican pequeñas faltas hasta convertirlas en enormes maldades, convierten decepciones personales en maliciosas traiciones, e incluso contarán falsedades increíbles con tal de dañar a su anterior religión.
(Por supuesto, cualquier persona puede sentirse hasta cierto punto conmocionada tras abandonar una religión a la que amaba, igual que una persona tras un divorcio puede sentirse emocionalmente desestabilizada durante un tiempo. Esto en sí mismo no descalifica a la religión, igual que no descalifica a la institución del matrimonio; además, investigadores como Lewis Carter, David G. Bromley o Gordon Melton consideran que los casos en que alguien necesita ayuda psicológica tras abandonar su religión son escasos y más atribuíbles a la influencia de los grupos anti-sectas que al abandono en sí de su religión. No obstante, en este artículo nos referimos más bien a quien lleva esa amargura al extremo de convertirse en un enemigo despechado de su anterior religión).
El apóstata por lo general siente una gran necesidad de autojustificarse. Trata de reconstruir su propio pasado, excusar su anterior afiliación a una religión que ahora odia tanto, y culpar a los que antes eran sus asociados más próximos. Esto explica su rechazo frontal ante cualquier información o argumento que refute la postura que tanto le ha costado crear o asumir. El sociólogo norteamericano David Bromley (en su libro The Politics of Religious Apostasy: The Role of Apostates in the Transformation of Religious Movements (La política de la apostasía religiosa: el papel de los apóstatas en la transformación de los movimientos religiosos) CT, Praeger Publishers, 1998) dice que individuos que eligen dejar una fe elegida por ellos mismos deben hacerse críticos con ella para justificar su marcha, lo que abre la puerta a ser reclutados y utilizados por organizaciones que buscan usar su testimonio como un arma. Aparentemente la persona se siente más respaldada cuando encuentra algún tipo de coalición que corrobore su postura, lo cual abre la puerta a una hostilidad reforzada y renovada como resultado de compartir nuevas experiencias y opiniones negativas, pues estas personas, a menudo reciben la autojustificación que buscan de organizaciones anti-sectas o grupos religiosos fundamentalistas, que ven a estas nuevas religiones como rivales peligrosos. Estos grupos, extraordinariamente activos en Internet, les proporcionan las explicaciones de una supuesta manipulación, un control mental o incluso un lavado de cerebro para que puedan así racionalizar su repentina adherencia e igualmente repentino abandono de un nuevo movimiento religioso. La información proporcionada por estos grupos suele ser altamente negativa y fuertemente tendenciosa contra la organización que han dejado atrás, y les proporcionan una lengua franca para contar sus historias de supuesta seducción y liberación.
Numerosos científicos sociales han señalado que estas autobiografías de “supervivencia a una secta” son relatos con un estilo altamente convencional, todo un género estereotipado. Es lo que algunos sociólogos denominan la «historia atroz», que tanto gusta a la prensa sensacionalista, y que algunos investigadores incluso han llegado a considerar una categoría de fenómenos (véase A.D. Shupe, Jr., y D. G. Bromley, «Apostates and Atrocity Stories» [“Los apóstatas y las historias atroces”], en B. Wilson (ed.), The Social Impact of New Religious Movements [El impacto social de los nuevos movimientos religiosos], New York, Rose of Sharon Press, 1981, págs. 179-215.). El apóstata necesita establecer su credibilidad tanto con respecto a su conversión a su anterior religión como a su posterior renuncia a tal compromiso, necesita una explicación convincente tanto de su adherencia a su anterior fe como a su abandono y condena del mismo, y el género de la “historia atroz” le permite lograr esto hasta cierto punto. Gracias a esta historia, el apóstata se representa a sí mismo como una persona que fue introducida en su anterior confesión religiosa en un momento en que estaba especialmente vulnerable. Sus anteriores compañeros ahora son representados como personas que le convencieron con falsedades, engaños, promesas de amor, apoyo, mejores perspectivas, mayor bienestar, etc. En realidad, según su historia, eran falsos amigos que solo buscaban explotar su buena voluntad y conseguir de él largas horas de trabajo gratis o todo el dinero o propiedades que tuviese. Así, se representa como una persona que no es responsable de sus acciones cuando fue captado por su anterior religión, y que volvió a recobrar el juicio cuando la dejó. Su mensaje viene a ser: “En estas circunstancias, le podría haber pasado a cualquiera. Ellos son totalmente los responsables y ellos actuaron con malicia”. El apóstata evade así la responsabilidad de sus acciones y trata de reintegrarse en la sociedad a la que ahora quiere influir, y quizá hasta movilizar, contra el grupo religioso que él ha abandonado.
Según el prof. Wilson, los apóstatas, gracias al sensacionalismo de la prensa, a veces han decidido sacar ganancia de los relatos de sus experiencias vendiendo la historia a algún periódico o plasmándola en libros, a veces escritos por “negros” (Bryan Wilson, The Social Dimensions of Sectarianism (Las dimensiones sociales del sectarismo), Oxford: Clarendon Press, 1990, pág.19).
Citando al profesor Kliever: “Es innegable que estos tenaces y acérrimos opositores de las nuevas religiones presentan una visión distorsionada de las nuevas religiones ante el público, los investigadores y los tribunales. Siempre representan un escenario que les justifica a ellos por medio de trasladar la responsabilidad de sus acciones al grupo religioso. De hecho, los diversos escenarios de lavado de cerebro tan a menudo invocados contra los nuevos movimientos religiosos han sido repudiados de forma aplastante por científicos sociales y expertos en religión como nada más que esfuerzos calculados para desacreditar ante la opinión pública y las agencias gubernamentales. Difícilmente pueden tales apóstatas ser considerados como informadores confiables por periodistas, investigadores y juristas responsables. Incluso los relatos de desertores voluntarios sin rencor deben usarse con precaución, pues interpretan su experiencia religiosa pasada a la luz de sus esfuerzos presentes por restablecer su propia identidad y autoestima.” Coincide con él también el prof. Wilson al escribir: “Los apóstatas suelen ser informantes muy dispuestos, pero los sociólogos por lo general tienen gran cautela con esta fuente de información. Los informantes que son meros contactos y que no tienen motivos personales por lo que dicen, se prefieren antes que aquellos que desean utilizar al investigador para sus propios fines. El desafecto y el apóstata en particular son informantes cuya evidencia debe utilizarse con prudencia.”
En conclusión, vemos que el término apóstata es un término correcto y no necesariamente despectivo, que se refiere solo a una fracción pequeña de ex-testigos de Jehová, concretamente a los que se envuelven activamente en tratar de desacreditar a su anterior religión, a veces trabajando bajo la influencia de grupos religiosos “anti-sectas”. La animosidad de estas personas y su necesidad de justificar sus decisiones contradictorias hacen que su visión de su anterior religión esté notablemente distorsionada, por lo que sus testimonios tienen una credibilidad muy dudosa.