Cierto día una joven estaba a la espera de su vuelo en la sala de embarque del aeropuerto. Como ella debía esperar varias horas para embarcar, se resolvió comprar un libro para matar el tiempo.
También compró un paquete de bizcochos. Entonces halló una parte tranquila y cómoda en el aeropuerto para sentarse, descansar y leer en paz.
Al lado de ella también se sentó un hombre. Cuando ella saca su primer bizcocho del paquete, el hombre también sacó uno. Ella se sintió indignada pero no dijo nada.
Ella pensó para si: “Qué caradura”. Si tuviese más coraje, le daría un golpe en el ojo para que no me moleste nunca más.
Y a cada bizcocho que ella sacaba el hombre también sacaba uno. Aquello la tenia tan indignada que no conseguía reaccionar, ni concentrarse. Finalmente quedaba un solo bizcocho y ella pensó: “¿qué será que este abusador pensará hacer ahora?”
Entonces el hombre dividió el bizcocho por la mitad, dejando la otra mitad para ella. Aquello la dejó llena de ira y de rabia. Cerró su libro tomó sus cosas y se dirigió a otra parte de la sección para el embarque.
Cuando se sentó nuevamente ahora en este otro lugar, notó que tenía su paquete de bizcochos intacto dentro de su cartera…
Ella se sintió muy avergonzada, pues la errada había resultado ser ella. El hombre se había ido… ya había oportunidad de pedirle disculpas. El hombre dividió sus bizcochos con gusto sin sentirse indignado, mientras que ella que estaba muy airada por lo que pasaba.
Cuantas veces en la vida tal vez estemos comiendo los bizcochos de otros sin siquiera darnos cuenta de ello?
Además, que lección nos deja sobre el ser generosos con los demás y no reaccionar de maneras mezquinas.
Recordemos que hay más felicidad en dar que recibir.
Comprendamos plenamente lo que eso significa.