El hospital del Mar despliega un protocolo para minimizar el riesgo de sangrado y garantizar que no se harán transfusiones durante el proceso quirúrgico de estos pacientes
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Las convicciones religiosas de los testigos de Jehová —una rama del cristianismo que profesan unos ocho millones de personas en el mundo, según su propia web— les impiden aceptar transfusiones de sangre durante un acto médico. «La Biblia prohíbe el consumo de sangre. Por tanto, los cristianos no debemos comerla. Tampoco debemos aceptar transfusiones de sangre ni de alguno de sus componentes principales», justifica la congregación en su página web. Comulgar con esta doctrina, sin embargo, imposibilita que este colectivo se someta a algunas cirugías mayores, como un trasplante o una intervención oncológica. Los protocolos asistenciales de este tipo de operaciones obliga a los pacientes a firmar un consentimiento informado conforme aceptan que los cirujanos recurran, si es necesario, a una transfusión sanguínea. Si no autorizan la posibilidad de utilizar este procedimiento, la intervención no puede realizarse.
El protocolo del hospital del Mar, que ya se ha aplicado en un par de caso desde hace un año y medio, sortea el conflicto ético y religioso reforzando las medidas de seguridad. Para empezar, en el preoperatorio, los pacientes con insuficiencia renal crónica suelen sufrir anemia, así que antes de entrar a quirófano, han de someterse a un tratamiento previo con eritropoyetina (EPO), una hormona que estimula la producción de hematíes. «Lo que hacemos para preparar a un paciente testigo de Jehová para el trasplante es establecer unos objetivos de hemoglobina en sangre más altos que los que se indican en el resto de pacientes con insuficiencia renal crónica. Nuestro objetivo es más alto para que al llegar al momento de la cirugía, si pierden sangre, eso suponga que a partir de un nivel más alto, continuamos estando en una zona de seguridad para el paciente», agrega la doctora Marta Crespo, jefa de sección de Nefrología del hospital del Mar.
Ya en quirófano, equipos especializados de enfermería montan y controlan los llamados cell saver, unas máquinas que permiten recuperar la sangre del mismo paciente y transfundirle sus propios glóbulos rojos. Una operación de trasplante de riñón tiene un riesgo alto de necesitar una transfusión de sangre porque, por un lado, tiene un componente elevado de cirugía vascular y, además, los pacientes con insuficiencia renal no coagulan igual que una persona sana. «Nosotros, de inicio, siempre esperamos no tener que trasfundir», puntualiza Cecchini.
El riesgo de necesitar una transfusión de sangre el día de la operación es del 10% y se eleva hasta el 41% en el período de ingreso tras el trasplante
Con todo, el riesgo de necesitar una transfusión de sangre el día de la operación es del 10% y se eleva hasta el 41% en el período de ingreso tras el trasplante. De ahí que el protocolo trascienda a la cirugía y se sumerja también en el abordaje del postoperatorio. «En la mayoría de casos, el postoperatorio se maneja de forma conservadora, vigilando al paciente y haciendo un seguimiento con técnica de imagen. En este grupo de pacientes, en cambio, lo que se hace es reintervenirlos de forma precoz para evitar la pérdida de sangre», concreta el urólogo del hospital del Mar.
Dilema ético
Los impulsores del protocolo admiten que las dudas éticas pesan mucho en estos casos. El «dilema ético» del médico, sostiene el especialista, choca con «la autonomía del paciente a escoger cómo quiere ser tratado». Por ello, señala, es preciso que todos los participantes en el proceso clínico estén de acuerdo con intervenir pese a no poder utilizar la técnica de la transfusión si fuese necesario.
«Lo que hemos conseguido es una cadena de confianza entre profesionales y estamos todos de acuerdo de que vamos a optimizar pacientes y tratarlo de la mejor forma posible en el acto quirúrgico y en postoperatorio para minimizar el riesgo de transfusión. Pero, si fuera necesario, tampoco aceptaríamos esa transfusión porque hemos adquirido ese compromiso. El personal que está participando en esto tiene que estar de acuerdo», advierte Cecchini.
Hace año y medio, los especialistas del hospital del Mar intervinieron a un paciente testigo de Jehová con insuficiencia renal crónica que recibió el riñón de un donante vivo de su misma confesión. «O sea, hicimos bajo este protocolo la cirugía de extracción de donante y el trasplante al receptor junto a la extracción de uno de los riñones, que los tenía muy grandes», concreta la doctora Crespo. En 2017 también se hizo otro trasplante de un donante cadáver.
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