En una zona del planeta, sumamente helada, había muchos animales que no resistieron el frío intenso y se murieron porque no se adaptaron a un clima tan hostil. Entonces una gran manada de puercoespín vieron que tenían que hacer algo para sobrevivir.
Así que decidieron unirse cada vez más, entonces el calor de uno se transmitía al otro y el calor de todos lograba que pudieran aguantar el tiempo inclemente y así pudieran sobrevivir sin congelarse y pasar el duro invierno.
Sin embargo, la vida tiene sus cosas. Sucedió que las espinas de cada uno empezaron a herir a los compañeros más íntimos, exactamente a aquéllos que les proporcionaban el calor vital, el elemento que significaba vida. Así y todo heridos como estaban resistieron lo más que pudieron, pero sufrían tanto que no aguantaron más y comenzaron a dispersarse.
Por las espinas de su compañero ellos se hirieron mucho…. Pero, ésa no era la mejor solución: haberse marchado, pues pronto uno a uno empezaron a morir por congelamiento. Los que todavía estaban vivos comprendieron que tenía que hacer algo antes de que sea demasiado tarde. Entonces, poco a poco se empezaron a acercar de nuevo pero con las precauciones del caso, de tal manera que volvieron a unirse pero cada uno conservó cierta distancia del otro de forma que no se hirieran uno al otro. Conservaron una distancia prudente pero estuvieron lo bastante juntos como para estar unidos y tener el calor necesario para sobrevivir sin herirse, ni causarse daño o perjuicios recíprocos. Así resistieron y pudieron sobrevivir a ese crudo invierno
Así sucede con las relaciones humanas. Nos necesitamos unos a otros. De hecho se sabe que el aislamiento no es bueno en sentido emocional, mental y espiritual, pues nos destruye. Pero debemos saber relacionarnos con los demás de manera que nuestras espinas no hieran a otros y viceversa. Saber mantener la distancia prudente con los demás y el respeto apropiado para convivir juntos sin herirnos y/o lastimarnos nos puede ayudar a disfrutar del hermoso calor de la amistad.