Ganastengo era un muchacho
que mucho se proponía
y sin querer se olvidaba
de las ganas que tenía.
Aunque su accionar no era
dinámico ni preciso,
de veras que le atraía
vivir en el Paraíso.
Ganastengo era un muchacho
que mucho se proponía
y sin querer se olvidaba
de las ganas que tenía.
Aunque su accionar no era
dinámico ni preciso,
de veras que le atraía
vivir en el Paraíso.
Bang Bang sonaban los disparos que el pastor lanzaba a una manada de lobos que estaban atacando a su rebaño. Después de matar a muchos y ahuyentar a otros, encontró un lobito que le inspiró compasión, lo agarró y cuidó.
Había una vez un profesor que les encargó lo siguiente a cada alumno:
Debían coger una bolsa de plástico y pensar con cuántas personas habían tenido algún tipo de discordia y por cada persona a la que le guardaran rencor, debían coger una papa (patata) y echarla dentro. Esa bolsa la debían llevar a todos lados. Si necesitaban ir al servicio, la debían llevar consigo, tenían que llevarla al recreo y no soltarla para nada. Si querían jugar de alguna manera, nunca podían dejarla atrás.
Una zorra iba huyendo de unos cazadores, cuando se encontró con un leñador y le pidió que le diera donde esconderse porque la querían matar.
Compárese con lo explicado en el libro Benefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático, en la página 161, § 1, bajo el subtema: Vocabulario fácil de entender.
Una madre y su hija estaban caminando por la playa, en cierto punto la niña dice: ¿cómo se hace para mantener un amor?
La madre miró a su hija y respondió: «coge un poco de arena y cierra la mano con fuerza…»
No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes cayeron en un conflicto. Este fue el primer problema serio que tenían en 40 años de cultivar juntos hombro a hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes en forma continua.
Comenzó con un pequeño malentendido y fue creciendo hasta que explotó en un intercambio de palabras amargas seguido de semanas de silencio.
Habia una vez, en una isla Vivian todas las emociones: la felicidad, la tristeza, el conocimiento y todos los demás, incluyendo el amor. Sin embargo, un día se anuncio que la isla se iba a hundir. Entonces, todos prepararon sus botes para salir. El amor fue el único que no hizo algo. El amor quería quedarse hasta que la isla se empezara a hundir. Cuando el amor estaba casi por ahogarse, decidió pedir ayuda.
La riqueza pasaba por ahí en un bote tan bonito. El amor le pregunto
– “Riqueza, ¿me puedes llevar contigo?”
El le contesto.
– ”No. no puedo…hay mucho oro y plata y no hay lugar para ti.”
El amor decidió preguntarle a la Vanidad que también pasaba por ahí,
– “Vanidad, por favor ayúdame”
– “no puedo ayudarte Amor. Estas mojado y vas arruinar mi bote” le contestó la Vanidad.
La Tristeza paso cerca y también pregunto por ayuda,
– “Tristeza, déjame ir contigo.”
– La Tristeza le dijo “oh…Amor estoy tan triste que prefiero ir solo.”
También paso la Felicidad, pero como estaba tan contenta que no escucho al Amor cuando le grito.
De repente se escucho una voz diciendo.
– “ven Amor, yo te llevo.”
Este era un Viejo. El Amor estaba tan contento que ni siquiera pregunto el nombre de este Viejo.
Cuando llegaron a la otra orilla, el Amor pregunto al Conocimiento
– ¿quien es el Viejo que me ayudo?
El Conocimiento le respondió:
– es el Tiempo
– ¿el Tiempo?” respondió admirado, “¿porque me ayudó?”
El Conocimiento le respondió:
– porque solo el Tiempo es capaz de entender lo grande que es el Amor.
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Desperté, no sabía dónde estaba.
¿Qué pasaba?
De repente, me dio un vuelco el corazón,
y recordé que vivía
un día después del Armagedón.
¿Estoy sólo? – preguntaba.
A nadie alcanzó mi visión
y busqué por si encontraba,
alguien de mi congregación.
Desde lejos observé
que alguno se me acercaba.
¡Pero si es Mariana,
aquella chica mundana
que a mi nada me gustaba!
Seguí caminando y dudé;
no lo podía creer…
¿No es aquél chico Javier?
¡Si predicar no quería!
Siempre obligado salía…
¡Cuántas cosas hay que ver!
Más adelante encontré
lo que nunca imaginé.
a la hermana Amatista,
¡ si era tan materialista!
¡Ni aún en el Paraíso
la perdería de vista!
Mi paciencia culminó
cuando junto a mi llegó
un compañero precursor
que de listo se las daba,
pero que, a mi entender,
seguro que a las horas no llegaba.
Estuve a punto de gritar:
"¿Qué pasa, Jehová?
¿Qué hace esta gente aquí?"
Pero mudo me quedé,
y es que tuve que callar,
porque en sus rostros yo vi
que asombrados se quedaban,
y es que tampoco esperaban
que pudiera estar yo allí.
Moraleja:
Mira las cosas buenas de los demás;
siempre lo hace así Jehová,
porque si fallas de continuo Él mirara:
seguro que al Paraíso ninguno pasaba.
Salmo 103: 9,13,14